Decidió dejar todo atrás. Tenía miedo. Miedo por no saber su destino, miedo por no saber si lo que estaba a punto de hacer iba a traerle consecuencias de las que le costaría salir. Miedo a arrepentirse de tomar esa decisión…
Aquella mañana despertó como cualquier otra. Al mirar hacia los pies de la cama allí estaba, su fiel compañero. Con esa incondicionalidad que caracteriza a este animal. No importaba qué, cuándo, ni cómo, tan solo esperaba que su humano diera el siguiente paso. Era lo único que necesitaba. Tampoco importaba el dónde.
Aceptaba, sin preguntarse nada, que su principal misión era ser y estar. Y sin saberlo, le estaba enseñando algo inmenso: que a veces, lo único que necesitamos es eso… ser y estar.